miércoles, 13 de enero de 2010

RE-CORDIS

Papá es de esas personas que buscan siempre inmortalizar momentos a través del tiempo. Desde que tengo uso de razón se ha encargado de recopilar programas radiales, partidos de fútbol, publicidades, recitales, que registra a través de diferentes medios (cámara de video, pasa cassettes, y cámara fotográfica); hasta se ha encargado de registrar los momentos en los que balbuceaba mis primeras palabras, en los que me contaba cuentos, o tocaba su guitarra mientras bailaba y cantaba junto a mi hermana.

Esa necesidad de coleccionar para así remover la emoción es un rasgo importante que comparto con mi padre.

Desde hace un tiempo se nos ocurrió a ambos digitalizar las fotografías familiares, a manera de preservación y resguardo no sólo de las imágenes sino también de la memoria, de los recuerdos que habitan en ellas.

Revisando cajas viejas, donde la familia guarda fotografías familiares, tarjetas de salutaciones, diplomas, cartas, entre otras cosas, comencé a seleccionar las fotos más significativas. El criterio de selección fue variando y mutando con cada nueva imagen que aparecía; algunas captaban mi atención por los lugares que allí se retrataban, otras por las personas allí presentes y otras tantas por lo vivido que de ellas se desprendía….

…y de repente tropiezo con una imagen.

Sí, ésa…

…una fotografía “puntiaguda” y punzante, que capta mi atención por un objeto particular que aparecía en escena; un punctum que formaba parte de la anécdota, que chocaba ante mis ojos.

El objeto parecía desprenderse de la composición por su color llamativo y su apariencia (diferente a la de los demás elementos de la imagen); generaba en mí una tensión visual, forzando al ojo a que lo mirase.

Su presencia en la imagen colaboraba con las características propias de las fotografías familiares, tomadas sin previsiones, con el fin de “aprehender un instante significativo”.

Se trataba de un objeto que parecía afirmar un rol secundario y hasta casual en ese escenario fotografiable; yacía sobre el suelo, en diálogo directo con el personaje de la foto pero negaba su rostro ante la cámara, alimentando aun más mi desmemoria y mi ansiedad de reconocerlo.
Algunos pocos elementos podían empezar a dar forma a aquel objeto en mi memoria….hasta que al fin apareció…


…la imagen del perro de goma amarillo irrumpió mi lectura y sorpresivamente despertó la imagen dormida que acallaba mi memoria.
Esta “huida” al encuentro con aquel objeto, generó en mí ese estado de plenitud que se alcanza cuando cesa la nostalgia por lo perdido al saber que se recupera lo que parecía olvidado: el recuerdo del objeto, la emoción de lo vivido (con el objeto real) y un tiempo por momentos añorado: la infancColor del textoia.

El contacto visual con la imagen del objeto abrió una parte vedada de mi pasado. La sensación de satisfacción experimentada por el descubrimiento, el reconocimiento y el reencuentro inmediatamente llevó a preguntarme ¿cómo era verdaderamente ese objeto?, ¿qué recuerdos tenía de su olor, de sus formas, de su color?¿cómo llegó a mí?, ¿cuánto tiempo formó parte de mi vida y de mis juegos?, ¿en qué situaciones había interactuado con él?, ¿qué es de ese objeto hoy?, ¿qué importancia había tenido en mi vida?¿por qué no lo recordaba?
Estas inquietudes también me llevaron a pensar en todos aquellos objetos con los que atravesé mi infancia y a los cuales no había vuelto a ver ni a recordar por descuido: ¿están condenados a desaparecer o esperan en algún momento manifestarse?, ¿qué será de su existencia?, ¿cómo traerlos al presente?...


… la sensación de nostColor del textoalgia por lo perdido volvió a invadirme.



[construir para recordar/recordar para reconstruir]

la nostalgia por lo pasado, el miedo a la desmemoria y la necesidad de recordar,
son el motor de la propuesta.